viernes, 7 de agosto de 2020

El Peligro de la Omnipresencia de las App

Fuente de la imagen: Web responsive (M. Velasco, 2015)
Les digo a los comerciales de supermercados, grandes superficies… que no quiero usar sus apps, porque me niego a darle mis datos y que sepan, no sólo cuánto compro, sino cuánto tiempo me paro en sus pasillos, cabeceras… En fin. Consuelo de tontos, lo sé. Y es que vivimos inmersos en una era de conectividad ininterrumpida. La promesa de la comodidad ha colonizado cada aspecto de nuestra existencia: pedimos comida con un toque, gestionamos nuestras finanzas desde el sofá, controlamos nuestra salud con un dispositivo en la muñeca. Para cada necesidad, real o imaginaria, parece existir una aplicación. La tentación de tener "una app para todo" es poderosa, casi irresistible. Sin embargo, detrás de esta aparente eficiencia y facilidad, se esconde una realidad inquietante que transforma nuestra vida digital en un vasto territorio de vigilancia y un riesgo creciente para nuestra autonomía personal. Lo que a menudo pasa desapercibido, o se acepta con una resignación tácita, es que cada interacción en estas aplicaciones deja una huella de datos. Estos datos de seguimiento no son meros registros técnicos; son fragmentos de nuestra vida, patrones de comportamiento, preferencias y hábitos que se utilizan para construir un perfil extraordinariamente detallado de quiénes somos. Esta información se convierte en una herramienta para controlar la vida de las personas de maneras sutiles, pero profundamente influyentes. Desde la publicidad que vemos hasta las opciones que nos son presentadas, nuestras decisiones pueden estar siendo moldeadas por algoritmos alimentados por cada uno de nuestros clics.

El problema se magnifica cuando hablamos de datos de categoría especial, la información más sensible de nuestra esfera personal. Pensemos, por ejemplo, en aplicaciones de seguimiento de la salud que registran ciclos vitales: alergia, menstruación, diabetes, embarazos, patrones de sueño, o incluso detalles sobre el uso de ciertos medicamentos o cosméticos. Esta información íntima, que por su naturaleza debería estar bajo el más estricto resguardo, queda en manos de empresas privadas. La tentación de monetizar estos valiosos perfiles es inmensa y no son pocos los casos donde estos datos se venden se comparten o se utilizan para publicidad dirigida, creando un ecosistema donde nuestra privacidad más profunda se convierte en un producto. La edad, sexo, ubicación precisa, incluso el estado de salud o los intereses más personales, se convierten en mercancía. Esa acumulación de información personal y la capacidad de las aplicaciones para influir en nuestro día a día generan una sensación cada vez más acentuada: la de que estamos en manos de entidades digitales, artificiales o ¡vete tú a saber! La comodidad que ofrecen se contrapone a una creciente vulnerabilidad. Cuando una aplicación "sabe" cuándo es probable que compremos ciertos productos, cuándo podríamos necesitar un servicio específico o incluso cómo nos sentimos en un momento dado, la línea entre la asistencia útil y el control se vuelve difusa. 

La posibilidad de que esa información sea mal utilizada, accedida por terceros no autorizados o empleada con fines manipuladores, es una amenaza constante. Es una situación que preveo no es sostenible a largo plazo, porque, salvo una involución política a autoritarismo en el poder, es cuestión de tiempo que algunas de estas aplicaciones sean demandadas, porque las normativas de protección de datos, como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) en Europa, son cada vez más estrictas y las autoridades de control están más vigilantes. Cuando la recopilación o el uso de datos se realice sin el consentimiento adecuado, se vulnere el derecho a la privacidad o se produzcan filtraciones masivas que causen daños reales a los usuarios, estas empresas tendrán que pagar indemnizaciones por los perjuicios ocasionados. Los precedentes ya comienzan a sentarse, y la conciencia pública sobre los derechos digitales es cada vez mayor. Finalmente, la era de "una app para todo" debe invitar a la reflexión crítica. La tecnología, en su esencia, es una herramienta. Depende del usuario discernir cuándo su uso lo empodera y cuándo, sin darse cuenta, lo encadena. El reto es técnico, pero también ético y social: ¿Estoy dispuesto a ceder mi intimidad por comodidad? ¿Y estoy listo para exigir la responsabilidad a quienes se benefician de esa cesión? El futuro de mi privacidad digital y de mi autonomía, dependerá de las respuestas que dé a estas preguntas.